No sé parecer. Soy tajante e intransigente, y si volviera a nacer haría lo mismo: ‘El Valedor’

Redacción

Cerca de cumplir 90 años, este martes 11 de enero falleció Tomás Mojarro, El Valedor (1932-2022), locutor, escritor y, sobre todo, opositor de tiempo completo a cualquier gobierno.

Aferrado a las creencias que le dieran fama, aunque no fortuna, vivió sus últimos años marginado de las grandes ligas de la conducción y de las nuevas tendencias de opinión.

Esta charla se dio en el 2001, justo en el inicio de un siglo que nunca terminó de comprenderlo.

Escritor, comunicador, ¿qué es El Valedor?

Me considero un hombre de su tiempo que pretende abrir mentes, comenzando con la propia. Deseo que el paisanaje asuma responsabilidades y tome conciencia del cambio y del enemigo histórico que se opone a ese cambio. Esa es la almendra de mi periodismo.

¿Le funciona?

Hay una enorme dificultad, pues el paisanaje está inmiscuido en una relación sadomasoquista con el sistema en donde éste último es el sádico, a decir de ciertos filósofos de la ciencia política. La gente entregó, sin ilusión, su libertad al sistema; en eso radica la relación sado.

Rosseau concebía la cesión de una parte de libertad a cambio del “bien común”, uno de los fundamentos del Estado. Pero ahora la gente no participa en la República del mandar y obedecer.

La gente cede su libertad al sistema, a la logia, a un credo religioso, a un club, a La Perra Brava con tal de decir “pertenezco a…”. Esta no es la sesión de derechos de Rosseau, sino la vocación de esclavo. Cedemos nuestra libertad como niños y ese, a quien la cedimos, debiera ofrecer dos elementos: seguridad y castigo. El sistema actual no da lo primero y sí lo segundo. Ahora desobedece quien es libre y viceversa, pero cuando uno decide conservar su libertad, lo paga muy caro.

¿Es el caso de Tomás Mojarro?

Por supuesto que lo es.

Usted dice que un periodista debe tomar partido: o con los jodidos o con los poderosos.

Es que no puede haber centro izquierda. No puede haber centros. Es una teoría de Adolfo Sánchez Vázquez y tiene mucha razón. O estás con el amolado o con el explotador.

En el caso de la filosofía se entiende, pero otros entendemos que la misión del periodista tampoco es estar con ninguno de los dos.

El que no se compromete, es de derecha y está con el explotador. Se tiene que tomar partido. El que no toma partido, ya lo hizo. El apolítico es profundamente político y de derecha, ya que renuncia y cede sus derechos a otros que deciden por él. Aunque digan por ahí: “Cada quién su verdad”, sólo hay una verdad intransigente. Ya lo dijo Hamlet: se es o no se es.

¿Es su cita predilecta?

No siempre, aunque, para seguir con Hamlet, hay un episodio donde anda muy nervioso y aún no sabe que la madre y el tío mataron a su padre. Caminando por el palacio su madre, la reina Gertrudis, le dice: “¿Qué os pasa que pareces preocupado?”; él se frena, la mira con odio y le responde: “¡Señora, yo no sé parecer!” ¡Ahhh, qué frase! Esa cita la tomo porque es la respuesta de mi actuación personal. No sé parecer. Tomo partido y soy tajante e intransigente.

Así como tomó partido por el Consejo General de Huelga (CGH).

Hay una espléndida crítica para mí en ese punto: el ninguneo. Estoy al margen de todo. Hay una bolsa de trabajo, una tabla de valores… yo no existo ni como escritor, ni como periodista. Pero lo entiendo.

¿Y cómo lo interpreta?

Interpreto que, por tomar partido, por “no parecer” he ganado libertad. Comencé como cualquiera, con muchas posibilidades de hacer carrera con poco que me colocara en el centro, donde no se toma partido y se deja hacer, se deja pasar.

¿Realmente le parece viable la revolución, Valedor?

Es lo más fácil y los más difícil. Lo más fácil en teoría y lo más difícil porque quien tiene que ejecutarlo es un enfermo masoquista de 100 millones de cabezas. Y no lo digo en el sentido despectivo. Para un masoquista la tarea más difícil es pensar.

Yo aquí en mi casa tuve a los líderes del CGH (Consejo General de Huelga) y les dije “van a perder si siguen con su asambleitis y haciendo marchas”. No lo asimilaron.

¿A usted alguna vez lo quisieron chayotear? ¿Le llegó un sobre por ahí?

Nunca, nunca. Lo único que supe, por medio de los caricaturistas, es que hace como 20 años (1981) mi nombre estaba en una lista de premiados.

Esa fue la única.

Bueno, en otra ocasión me mandaron llamar de una Secretaría para ver unos asuntos de Pemex, pues yo hacía televisión en ese entonces. En esa oficina me dejaron a solas con un chayo gigantesco y luego me señalaron una puerta que daba al estacionamiento.

Cuando vi el dinero, les hablé: “Espérenme, espérenme, yo salgo por la puerta principal, por donde entré, y lo hago limpio”. Sólo movieron la cabeza.

¿Por qué odiaba tanto a Miguel de la Madrid?

No era odio, simplemente aplico el asombro contra éste o aquel. Me burlo de ellos, pero, de humano a humano, no los odio. Desempeñan su papel espléndidamente, yo trato de hacer lo mismo y, mientras tanto, poca gente quiere pensar; parece el ejercicio más difícil del ser humano.

¿Es Tomás Mojarro un buen hombre fuera de los micrófonos?

Tengo una aspiración: emparejar mi obra a mi dicho. Intento seguir aquel concepto de amar al prójimo como a mí mismo.

¿Es usted bueno?

Trato de definirme con hechos. Si mis hechos no me definen, sólo me voy a quedar en los enunciados. Y me voy a parecer a Fox, que fue a decir a Londres que hay menos pobres desde que él ha prestado para changarros.

¿Cómo vive su edad El Valedor?

A mi edad los egos ya están amansados. Se comienza a ver la trascendencia y el más allá. ¿Qué carambas habrá más allá de la gran interrogante? ¿Qué será de mí en la otra vida?

¿Qué le dejó estudiar en el seminario?

El seminario me clarificó los conceptos del bien y del mal sin matices; si soy un bribón, el seminario no tiene la culpa. Por otro lado, me enseñó gramática. Ya que nos están dando una falsa realidad por medio de un lenguaje embustero, encontrar las trampas verbales es algo que aprendí en el seminario.

¿Por qué no se quedó ahí?

Esa fue la tercera enseñanza maravillosa: el seminario me dijo: “Vete al mundo, vete al siglo a vivir porque no tienes vocación religiosa”. Al ser fanático —lo digo en el mal sentido—, de aquello en lo que creo, ¿qué hubiera sido de mí, yo que amo tanto a la mujer, sabiendo que el sacerdote debe cumplir castidad absoluta?

¿Por qué nunca dio su brazo a torcer con los políticos?

No me caen mal ni son mis enemigos personales. Pero no tengo ningún diálogo con ellos para nada. Imagínese que a mi edad torciera mi armadura y les pidiera que me dejen hacer una campañita como, por ejemplo, la de no fumar, yo que soy ex fumador. Y así me voy infiltrando por migajas.

Pues, a estas alturas, mejor no lo haga.

Es que así son los intelectuales: por unas migajas y una estrellita en la frente, le entran. Por cierto, también he rechazado dos veces el premio de periodismo. Por teléfono me preguntaron: “¿Quiere usted recibirlo?”. No, gracias, yo no. En otra ocasión hubo otra propuesta del Club de Periodistas y también lo rechacé.

¿Por qué rechazar el premio a un trabajo realizado?

Eso es cosa de la conciencia. Hay un poeta muy malo que vivía en Pachuca, Hidalgo. Una vez lo entrevistó un matutino y se quejó blandamente: “A los de provincia nos escamotean los premios”. O el Gato Culto que, cuando dieron los reconocimientos uno de estos años, dijo: “¡Hurra!, un año más y no nos dieron premio de cultura”.

Como haciendo la petición.

¡Caramba! Si hay una palabra chocante aplicada a un adulto esa es premio. Los hombres públicos a cada rato comentan: “me dieron un premio”. Hay un señor, Jimmy Forston, que se presentaba como: “Soy Jimmy Forston, Premio Nacional de Periodismo”. Ah, ‘jijos’.

O la “Premio Nobel Rigoberta Menchu”.

¡Qué terrible! Cuantas cosas perdió con eso, y conste que acá en radio UNAM la auxilié cuando se reunía con los compás universitarios. Era una luchadora, muy honesta, muy accesible. Ahora tengo fotos de ella abrazándose con Carlos Salinas, el mismo que hacía reuniones donde cantaba Amparo Montes, a la cual no critico, pues era su oficio, pero sí a los muchos intelectuales que, alrededor de ella, cantaban para Salinas.

¡Qué bonita estampa! ¿Cuál habrá sido el repertorio?

¿Pues cuál más? Comenzaba y terminaba con aquella de “bésame, bésame mucho…”.

Ya superó el miedo a quedarse solo por cómo piensa.

Estoy solo desde hace mucho, pero no me importa, pues yo lo escogí. Una prueba: algún día un intelectual recibió por teléfono una amenaza y se armo tremendo escándalo. En cambio, el periódico Reforma publicó un desplegado de dos páginas donde los de Antorcha Campesina me amenazaban.

¿Por qué?

Porque en un programa de radio de (Alfredo) Lamont dije que eran unos bribones, ya que tengo documentos que los señalan como asesinos. Cuando se publica el desplegado feroz en donde amenazan a mi familia, ¡una sola voz solidaria no surgió! Entonces veo cuan solo estoy. Pero no es queja, es mi culpa. Y si volviera a nacer, haría exactamente lo mismo.

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