Un proceso de desaparición

Obviamente, esta columna ignora quién decidió el logotipo (emblema, se le llamaba entonces) del Partido Nacional Revolucionario creado por Plutarco Elías Calles.

Era un simple círculo de fondo blanco con los colores verde y rojo en los lados. El centro, con marco concéntrico negro, llevaba una letra negra, la N, y en los costados las letras P y R en blanco. Letras de la familia Serif, con patines, muy en el estilo de la tipografía Art Decó de los años 30 del siglo ­pasado.

El siguiente escudo, el del Partido de la Revolución Mexicana (transformado del PNR original por Lázaro Cárdenas), pierde el contorno concéntrico del primer círculo original, pero mantiene horizontales las ­letras. PRM con la R en el centro blanco. Como un derecho histórico, mantiene los colores de la bandera, y la ­tipografía se adelgaza con las letras condensadas. Muy estilo Vector.

La segunda transformación del partido, en el Revolucionario Institucional, fue promovida por Manuel Ávila Camacho. Entonces nació el PRI y se modificó nuevamente el escudo. El círculo se diluyó con un fondo gris rectangular. Los colores mantuvieron el contorno circular y las letras se colocaron en forma de triángulo.

El renovador gráfico del PRI fue el artista veracruzano, Rafael Freyre, famoso por sus caricaturas y su trabajo periodístico de más de medio siglo.

—Las letras puestas como triángulo, son por pura alusión masónica (lo pidió Miguel Alemán). Es como la pirámide de Helios en los billetes de un dólar (Annuit Coeptis), pues —me dijo un día.

Pero ese logotipo, tan combatido por los opositores, en especial los panistas con su círculo azul y blanco, debido al uso de los colores nacionales, en contravención con las prohibiciones de apropiarse de los símbolos nacionales, ha desaparecido.

Se desvaneció, se evaporó. Dejó de estar, como dicen ahora los jóvenes.

Al menos ya no se ve en las mamparas de los actos de campaña de José Antonio Meade, y en su lugar se ha colocado un logo de inspiración comercial: tres triángulos orientados a la derecha, uno de color verde (por el PVEM, aliado desde hace años); otro turquesa (por el Panal) y uno más en rojo escarlata por el PRI. Los residuos del PRI.

Obviamente se ha tratado de ofrecerle un espacio gráfico a los partidos integrantes de la coalición, tanto como Ricardo Anaya ha optado por el diseño de su nombre con una “A” de cada color frentista: amarilla una por el PRD; azul, la otra por el PAN y naranja la tercera por el Movimiento Ciudadano.

Pero el caso de PRI es notable porque se trata del extremo de la “ciudadanización no partidaria” del antiguamente orgulloso partido, cuya leyenda de haber construido el México moderno y haberle dado al país estabilidad y rumbo democrático, a través de las instituciones con cuya contribución llegó hasta a perder el poder, no fue suficiente para encontrar en sus abultadas filas un solo militante presentable. Por eso echaron mano de un ciudadano sobre cuyos méritos ahora no se necesita abundar. No se habla de él en este análisis.

En todo caso Meade (como en su escala Mikel Arreola), es una consecuencia de la autorrecriminación de los propios priistas quienes decidieron castigarse a sí mismos negando la cruz de su parroquia.

Y si Constantino en los lejanísimos tiempos del cristianismo primitivo nos dijo “Con este signo vencerás”, (In hoc signo vinces), mientras mostraba el crismón o monograma del Cristo (una X y una P fundidas); los ­priistas le han dicho a Meade, con este signo no triunfarás y han decidido suprimir el emblema de su campaña.

Ya no se ve el hervidero escarlata de las chamarras rojas y el candidato prefiere las camisas blancas y las guayaberas con almidón, en lugar de los legendarios chalecos colorados.

Mejor se diría, se han descolorido los colorados y la “marea roja” se diluyó en el mar de la vergüenza, porque si los propios priistas se han escondido de su historia, su trayectoria y todo lo demás; si permitieron durante años y años la mofa, el ataque, la ironía en su contra; si jamás —soberbios y abusivos— contrarrestaron la crítica; si no dieron pasos verdaderamente constructivos para rehacerse, pues ahora mejor es descolgar los cuadros de la sala, no vayan a decirnos algo los invitados.

—Es un lastre muy fuerte —me dice el politólogo Aurelio Ramos.

—Pues sí, tan fuerte como para reconocer a los suyos.

En estas condiciones el PRI no necesita enemigos. Con recorrer su propia casa tiene suficiente.

 

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